Antiguo Testamento



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Deuternomio


El libro de Deuteronomio sitúa a sus lectores en un punto bien determinado del espacio y del tiempo. Después de cuarenta años de marcha por el desierto, los israelitas, bajo la dirección de Moisés, llegan a las llanuras de Moab, al este del río Jordán, frente a Jericó. De este modo culmina la etapa comenzada con el éxodo de Egipto y va a iniciarse una nueva: el paso a través del río para tomar posesión de la tierra que el Señor les había prometido.

En este momento solemne, y con la mirada puesta en su muerte cercana, Moisés reúne por última vez a todo Israel y le entrega su “testamento” espiritual. En estas palabras de despedida, el gran legislador evoca las experiencias vividas en común e instruye a la comunidad sobre la forma de vida que deberá llevar a la práctica para ser realmente “el pueblo de Dios”. Al mismo tiempo, le advierte que de la fidelidad a los mandamientos y preceptos divinos dependerá la permanencia de los israelitas en el hermoso país que el Señor les ha dado como herencia.

En la parte central del libro se encuentra el llamado “código deuteronómico” (caps. 12–26), que comienza con una serie de disposiciones relativas a la centralización del culto en un santuario único (12.1-28). Alrededor de este núcleo legal se sitúan los dos discursos introductorias de Moisés (caps. 1–4; 5–11) y los complementos y apéndices finales, en los que se entremezclan diversos temas y géneros literarios: las bendiciones y maldiciones vinculadas a la fidelidad o infidelidad al pacto (caps. 27–28), la exhortación que acompañó a la renovación del mismo en el país de Moab (caps. 29–30), y el Cántico y las Bendiciones de Moisés (caps. 32–33). En esta parte final están, asimismo, la referencia a la designación de Josué como sucesor de Moisés (31.1-8,23) y el relato de la muerte del gran líder antes de la entrada de los israelitas en la Tierra prometida (cap. 34).

Como los otros textos legales del Pentateuco, Deuteronomio proclama la voluntad del Señor, manifestada sobre todo en el “mandamiento principal” de amar al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas (6.5). Pero hay una diferencia digna de mención entre la proclamación de la voluntad divina en las llanuras de Moab y la que tuvo lugar al concluirse el pacto del Sinaí. En el monte Sinaí (que en Deuteronomio siempre es designado con el nombre de Horeb ), el Señor habla en primera persona; y Moisés, como mediador entre Dios y el pueblo de Israel, no hace más que transmitir textualmente las palabras recibidas del Señor (cf., por ejemplo, Ex 20.1-2; 25.1-2). En Deuteronomio, por el contrario, es Moisés el que se dirige al pueblo en primera persona, de manera que el mensaje del Señor a Israel se comunica a través de las palabras de su profeta y portavoz, identificándose enteramente con ellas. Por eso, Moisés puede hablar de las leyes y de los mandamientos del Señor que yo os doy en este día Esta modalidad distinta se pone de manifiesto en las frases introductorias a sus dos grandes discursos:

Estas son las palabras que Moisés dirigió a todo Israel...

Esta es la enseñanza que Moisés entregó a los israelitas...

Deuteronomio, como es natural, reconoce que el Dios de Israel es el Señor del cielo y de la tierra (cf. 10.14, 17). Pero el mensaje que proclama con más insistencia no se refiere a la soberanía universal de Dios, sino a su especial relación con el pueblo de Israel. El Señor es tu Dios, y esta relación particular, expresada en la palabra pacto o alianza, tiene su origen en el amor divino: el Señor amó a los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob, y por el amor que les tuvo les prometió con un juramento que sus descendientes recibirían como herencia el país de Canaán (6.10). Esta promesa comenzó a cumplirse cuando el Señor hizo salir a Israel de Egipto (7.8) y lo condujo por el desierto con solicitud paternal (8.2-5). Pero ahora, cuando el pueblo se dispone a cruzar el Jordán para entrar en la Tierra prometida, es decir, cuando la promesa está por llegar a su pleno cumplimiento, Moisés los invita a tomar conciencia de su responsabilidad: Mirad, hoy os doy a elegir entre la vida y el bien, por un lado, y la muerte y el mal por el otro... Escoged, pues, la vida para que viváis vosotros y vuestros descendientes (30.15,19). Es decir, que al amor de Dios debe corresponder la entrega indivisa y sin reservas de toda la persona a Dios, manifestada en la fiel observancia de la voluntad divina: Amad al Señor vuestro Dios y cumplid sus preceptos, leyes, decretos y mandamientos (11.1).