San Martín de Porres
País: Perú
Fiesta: 6 de Mayo
El santo mestizo que nació en Lima en 1579 de padre español y madre Panameña. De caballero y mulata nació este santo varón. Como era de imaginarse, su padre tardo en reconocerlo pero al final permitió que su hijo llevara su apellido, teniendo de todas formas que partir dejando al pequeño al cuidado de su madre.
Son reservados los caminos del Señor, porque fue un santo quien lo confirmó en la fe de sus padres. Santo Toribio Mogrovejo, y segundo arzobispo de Lima y actual patrono del Episcopado Latinoamericano, quien hizo desprenderse el Espíritu sobre su moreno corazón, corazón que el Señor fue haciendo manso y humilde como el de su Madre, fiel devota de nuestra fe. Martín aprendió el oficio de barbero y también algo de medicina. El muchacho era inteligente, y fue tal su amor por los hermanos que no tardó en aprender y superarse en todo lo que pudo para servir a sus semejantes en todo lo que le fuese posible.
Desde niño sentía favoritismo por los enfermos, los pobres, desamparados y los pobres en quienes reconocía sin duda el rostro sufriente de Nuestro Señor Jesucristo. A apenas cumplido sus quince años, el ardor por vivir más cerca de Dios en servicio completo a sus hermanos humanos solos enfermos y abandonados, lo impulsó a pedir ser admitido como servidor en el convento de los dominicos que había en Lima. Gracia que se le fue concedida.
Pronto la virtud de este Santo moreno dejó de ser un secreto. Su servicio como enfermero y sobre todo humanitario, se extendía desde sus hermanos dominicos hasta las personas más abandonadas que podía encontrar en la calle. Su humildad fue probada en el dolor de los insultos, incluso de parte de algunos religiosos dominicos. Incomprensión, celos y envidias: camino de contradicciones que fue rayando al mulato a su Reconciliador. En 1603 le fue concedida la profesión religiosa y pronunció los votos de pobreza, obediencia y castidad. Hombre de gran caridad, unía a su inagotable oración las penitencias más duras. Era mucho el amor, eran poco el sueño y la comida, lo sostenía la oración, la infinita misericordia de Dios. Es muy probable que haya conocido a Santa Rosa de Lima, compartido su gran devoción hacia Dios y sus semejantes, pero no podemos afirmarlo. El Señor tiene sus caminos, y los tuvo de dolor y alegría para nuestro Santo mulato, quien padeció, sufrió y callo, todo por amor a los demás y para darnos un ejemplo de humanidad y fraternidad. Así nos ama el Señor, como a su Madre.
La gran virtud del santo moreno, su intensa vida espiritual, sostenían su entrega, pero sin duda alguna, aquello que más recuerda el pueblo de Lima son sus numerosos milagros. Y hasta la fecha, el pueblo lo ama y recuerda con mucho fervor. A veces se trataba de curaciones instantáneas en otras bastaba tan sólo su presencia para que el enfermo desahuciado iniciara un sorprendente y firme proceso de recuperación. Muchos lo vieron entrar y salir de recintos estando las puertas cerradas. Otros lo vieron en dos lugares distintos a un mismo tiempo. Todos, grandes señores y hombres sencillos, no tardaban en recurrir al socorro del santo mulato: "yo te curo, Dios te sana" decía Martín con grande conciencia del inmenso amor del Señor que ha gustado siempre de tocar el corazón de los hombres con manos humanas.
Enfermero y hortelano herbolario, Fray Martín cultivaba las plantas medicinales que aliviaban a sus enfermos. Su amor humilde y generoso lo abarcaba todo: su amabilidad con los animales era fruto de su inmenso amor por el Creador de todas las cosas. El pueblo de Lima venera hoy su dulce y sencilla imagen, con su escoba en la mano dando de comer, de un mismo plato, a perro, ratón y gato. EL nos estaba dando un mensaje: “Todos podemos vivir juntos y hacer un mundo mejor”, no importa de donde eres o quien eres, lo importante es el amor de Dios.
Tras una vida llena de trabajo y servidumbre a la gracia de Dios, de intensas y perseverantes entregas vividas al calor de la caridad y el sacrificio por los demás, ya a los sesenta años de edad, Fray Martín cayó enfermo y supo de inmediato que había llegado la hora de encontrarse con el Señor, a quien había servido toda su vida. El pueblo se conmovió, y mientras en la calle toda Lima lloraba, el mismo virrey fue a verlo a su lecho de muerte para besar la mano de quien decía de sí mismo ser un perro mulato, tal era la veneración que todos le tenían, que ricos, blancos, negros y mestizos lloraban su partida. Poco después, mientras se le rezaba el credo, besando el crucifijo con profunda alegría, el santo partió, con una sonrisa en sus labios llena de profundo amor. Pero esta partida no lo alejó de su pueblo quien esperanzado le reza a diario aguardando su tierna intercesión y agradeciendo sus milagros. Fray Martín de Porres, el mulato "santo de la escoba" fue canonizado el 6 de mayo de 1962 por el Papa Juan XXIII.