Padre Tomás Del Valle-Reyes

SANANDO HERIDAS



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Padre Tomás Del Valle-Reyes

Belén 25 de mayo de 2014

La razón de ser del viaje de Francisco a Tierra Santa no ha sido la de establecer un diálogo con autoridades tanto palestinas como judías. Se ha dado ese diálogo y, esperemos que dure por largo tiempo. Ha visto de primera mano lo que se sufre, lo que se llora y anhela en ambos lados.

Y era importante que lo viera y palpara. Cuando el domingo lo veíamos en Belén subiendo al altar para celebrar la misa, nos parecía frágil y cansado. El calor y las emociones le estaban pasando factura.
Eso no impidió que siguiera adelante con su programa. Le quedaba el encuentro con las autoridades israelíes y la entrada oficial en Israel, lo cual se llevaría a cabo pocas horas después.
El encuentro con un viejo amigo, Simon Peres le animó el día.

Pero lo más importante, la razón de ser de su viaje fue su encuentro con el Patriarca Ortodoxo de Constantinopla. La ruptura entre Oriente y Occidente se dio hace demasiado tiempo, en el año 1054.
Mientras tanto, odios, ignorancias, afrentas de ambos lados. Hace 50 años el Papa Pablo VI se reunió con el Patriarca Atenágoras para empezar un largo camino hacia la unidad. Cumpliéndose 50 años de tal encuentro, los sucesores de ambos se han vuelto a reunir.

Esta reunión ha tenido otro tono, otras esperanzas, otros retos. Francisco y Bartolomé se encontraron en Belén y, juntos, se dirigieron al sepulcro de Cristo.
Agarrados de la mano entraron en el tempo donde se encuentra el sepulcro vacío de Cristo. Se arrodillaron para orar ante la piedra donde ungieron a Cristo antes de enterrarlo.
«Hemos venido “a ver el sepulcro” –dijo Bartolomeo en su discurso–, como las mujeres que llevaban mirra el primer día de la semana, y también nosotros, como ellas, escuchamos la exhortación del Ángel: “No tengan miedo”.
Quiten todo temor de sus corazones, no duden, no desesperen.
Esta Tumba irradia un mensaje de ánimo, de esperanza y de vida».
Además, prosiguió el Patriarca Ecuménico, «hay otro mensaje que surge de esta venerable Tumba, ante la que nos encontramos en este momento.
Es el mensaje de que no se puede programar la historia; que la última palabra de la historia no pertenece al hombre, sino a Dios. En vano vigilaron los guardias del poder secular esta Tumba.
En vano colocaron una piedra muy grande bloqueando la puerta de la Tumba, para que nadie pudiera moverla.
En vano hacen sus estrategias a largo plazo los poderosos de este mundo – todo está supeditado en último término al juicio y a la voluntad de Dios.
Todo intento de la humanidad contemporánea de programar el futuro por su cuenta, sin contar con Dios, constituye una vana presunción».
Y, finalmente, recordó, «esta Tumba sagrada nos invita a vencer otro miedo que es quizás el más extendido en nuestra época moderna: el miedo al otro, el miedo a lo diferente, el miedo al que sigue otro credo, otra religión u otra confesión.
La discriminación racial o de cualquier otro tipo está todavía generalizada en muchas de nuestras sociedades contemporáneas; y lo peor es que frecuentemente incluso impregna la vida religiosa de los pueblos.
El fanatismo religioso amenaza la paz en muchas regiones de la tierra, donde incluso el don de la vida es sacrificado en el altar del odio religioso.
En estas circunstancias, el mensaje de la tumba vivificante es urgente y claro: amor al otro, al diferente, a los seguidores de otros credos y de otras confesiones.
Amarlos como a hermanos y hermanas. El odio lleva a la muerte mientras que el amor “expulsa el temor” y conduce a la vida».
Francisco respondió con gran respeto a Bartolomé recordando que este lugar “nos hace recordar el drama de la separación”…
Somos conscientes de que todavía queda camino por delante para alcanzar aquella plenitud de comunión que pueda expresarse también compartiendo la misma Mesa eucarística, como ardientemente deseamos; pero las divergencias no deben intimidarnos ni paralizar nuestro camino». «Peregrinando en estos santos lugares –indicó–, recordamos en nuestra oración a toda la región de Oriente Medio, desgraciadamente lacerada con frecuencia por la violencia y los conflictos armados.
Y no nos olvidamos en nuestras intenciones de tantos hombres y mujeres que, en diversas partes del planeta, sufren a causa de la guerra, de la pobreza, del hambre; así como de los numerosos cristianos perseguidos por su fe en el Señor Resucitado».
Cuando los cristianos de diversas confesiones «sufren juntos, unos al lado de los otros, y se prestan los unos a los otros ayuda con caridad fraterna, se realiza el ecumenismo del sufrimiento, se realiza el ecumenismo de sangre, que posee una particular eficacia no sólo en los lugares donde esto se produce, sino, en virtud de la comunión de los santos, también para toda la Iglesia».
Y no hay que olvidar, recordó el Papa, que las personas que matan a los cristianos, «no se preguntan si son católicos u ortodoxos».
Este, explicó Francisco con una imagen que ya ha utilizado en diferentes ocasiones, es el «ecumenismo de la sangre. La sangre cristiana es la misma».

Concluyeron ambos rezando juntos públicamente el Padre Nuestro. La primera vez que ambos Patriarcas, el de Roma y el de Constantinopla, Pedro y Andrés, lo hacían desde el año 1054.
Demasiado tiempo. Pero ya se empezó el largo camino.



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