CRIADERO DE YIHADISTAS
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Padre Tomás Del Valle-Reyes
New York, Junio 19, 2014
Durante la administración del presidente George W Bush la directora de la oficina de
Seguridad Nacional, no estaba muy convencida de la efectividad de la barrera levantada en torno a la
frontera mexicana.
Era una muralla para que no entraran emigrantes indocumentados en el país.
Se dudaba de su eficacia, argumentando que la mayoría de los nuevos inmigrantes no cruzaban la frontera,
entraban sin más por las salas de parto de los hospitales públicos.
Mientras una familia americana
promedio engendra 2 hijos, una familia indocumentada procrea 5.
Desde el 11 de septiembre de 2001, además de entrarnos el miedo en el cuerpo, empezaron a ser
familiares para todos ciertos conceptos y palabras, productos del error y la ignorancia.
Empezamos a identificar a árabes, musulmanes, terroristas, chantajistas y fanáticos con todo aquel que
llevaba ciertas ropas, comía ciertos alimentos, y rezaba arrodillándose en medio de la calle.
El miedo y el desespero llevaron al país a dos trágicas invasiones y guerras, las de Afganistán y la de Irak.
Después de cientos de miles de millones, de demasiadas bolsas plásticas llenas con los restos destrozados
de lo mejor de Estados Unidos, sus hombres y mujeres jóvenes, nos sentimos seguros porque habíamos acabado con
el peligro de los fanáticos terroristas que decían profesar el Islam.
No hubo reparo en construir cárceles de dudosa legalidad ni de excluir fanáticos.
Nos sentíamos tan seguros de la labor de destrucción y desarraigo de los terroristas, que nuestros soldados
pudieron regresar a casa, muchos de ellos heridos en sus cuerpos y destrozados en sus mentes.
El número de suicidios aumentó de forma dramática entre los ex soldados.
Se pagó un precio demasiado alto por estas victorias: la salud mental de muchos de nuestros jóvenes.
Mucho ha llovido desde aquel triunfante “misión cumplida” pronunciado en un portaviones por parte del presidente del país. Nos sentíamos seguros.
Pero, de repente, vamos descubriendo hechos que no contábamos con ellos. De la misma manera que la población indocumentada crece en nuestras salas de parto, la población fanática musulmana está creciendo en el seno de algunas de nuestras instituciones públicas: en las cárceles y centros de detención.
Es preocupante el número de hispanos y afroamericanos que están dejando sus convicciones
religiosas para abrazar el Islam. Y la preocupación no es por el hecho del cambio de religión.
Somos libres de escoger el camino que nos lleve a una creencia, a una forma de vivir o de estar en el mundo.
Nadie ni puede ni debe obligar a pertenecer a denominación religiosa alguna.
La preocupación reside en que muchos de estos recién convertidos al Islam se fanatizan y,
de repente, nos encontramos con fanáticos dispuestos a ser yihadistas, o sea, partidarios de unos ideales
políticos totalitarios, de corte radical y antidemocrático, que desprecian de forma sistemática la vida humana.
Son una auténtica amenaza para la convivencia democrática y pacífica.
Exigen en las instituciones penitenciarias
derechos que a otros grupos se les ignoran o apenas se les prestan, como son horas y días específicos de rezos,
capellanes, orientadores religiosos y sociales, dietas alimenticias específicas.
Ciertos empleados de estas
instituciones han expresado su temor ante ciertos reclamos de estos recién conversos.
Los yihadistas no solo nacen en Irak o Afganistán.
Están germinando en muchas de nuestras instituciones.
Tomemos conciencia de ello antes de que sea demasiado tarde.
Viaja con el Padre Tomas Del Valle a China, Tierra Santa, y Jordania
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