Padre Tomás Del Valle-Reyes

EL VIA CRUCIS DE BENEDICTO XVI




Padre Tomás Del Valle-Reyes

18 de Abril, 2010
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Entre la sorpresa y el escepticismo recibimos apiñados en la Plaza de San Pedro el nombramiento del Cardenal Joseph Ratzinguer como sucesor de Juan Pablo II una tarde del lejano 21 de abril de 2005. Bien es cierto que entraba en todas las quinielas de los papables. Para el grupo más conservador y duro del episcopado y del colegio de cardenales era el candidato idóneo. Para el ala más liberal – si es que existe- de obispos y cardenales, era más de lo mismo.

La poderosa curia romana tenía muchos recelos con tal candidatura. Aún resonaban sus denuncias contra aquellos eclesiásticos que utilizan la Iglesia para medrar, abusar, violar y denigrar la comunidad de los creyentes. Todos los periodistas acreditados en Roma esos días sabíamos que, si era elegido, su primera tarea era reformar, limpiar la curia, el gobierno central de la Iglesia. Su pensamiento era crear una comunidad limpia, testigo de la Verdad y del Evangelio. Pero ciertos poderes y elementos de fuerza dentro de la Iglesia no iban a permitirlo, era arriesgarse a perder sus privilegios.

Cuando se examinan los cinco años de pontificado de Benedicto XVI aparecen seis grandes momentos que podríamos considerar como estaciones en su particular vía crucis por renovar la Iglesia.

El primero de ellos es el discurso a la Curia, el gobierno central de la Iglesia, del 22 de diciembre de 2005 donde sale al paso de las acusaciones que le hacen de intentar volver al pasado, a la Tradición de la Iglesia, al mundo anterior del Concilio Vaticano II.

El segundo va a ocurrir en otro discurso a la Curia en 2007 sobre la restauración de ciertas normas de liturgia. Vinieron ataques contra él por pretender ignorar los grandes cambios en las celebraciones de la fe. Su pretensión no era otra que la de entroncar la celebración con la Tradición. La reforma no fue un romper, sino un ir un paso más adelante.

El tercer momento lo es el abrir las puertas de la Iglesia a los seguidores del Arzobispo Lefebvre, símbolo de la oposición más recalcitrante del Concilio Vaticano II. Simplemente trató de acercar posturas y de eliminar ese cáncer del integrismo dentro de la comunión de la Iglesia. Hay indicios en este caso de que no recibió la información adecuada antes de la apertura a la reconciliación.

Es el movimiento hacia la unidad de la Iglesia una de sus prioridades desde comienzos de su pontificado. Y ha puesto como preferencia su encuentro con la Iglesia Ortodoxa. El diálogo debe reanudarse precisamente desde donde se rompió. Hay mil años de unidad compartida. Desde allí buscar la unidad.

El quinto momento ha sido su encuentro/desencuentro con las otras dos tradiciones religiosas hijas de Abrahán: Islam y Judaísmo. A pesar de buena voluntad por ambas partes, sin embargo han sido más las sombras que las luces. Su famoso discurso en la Universidad de Ratisbona hablando de la crueldad del Islam y su aceptación del obispo lefevriano negador del Holocausto y la comparación de la pederastia con el antisemitismo son algunas de las pruebas de estas sombras.

El sexto momento es el que estamos viviendo actualmente. La gran crisis provocada por el descubrimiento y manifestación pública de los abusos sexuales por parte de eclesiásticos y, lo que es peor casi, el encubrimiento criminal por parte de gran parte de los estamentos eclesiales. Este último es, sin lugar a dudas, el más grave y el que, aunque parezca insólito, mayor beneficio le va a traer tanto a la Iglesia como a Benedicto. Digo beneficio porque va a obligar a sacar lo podrido, a renovar profundamente la vida y las estructuras eclesiales, va a obligar a construir una Iglesia más cercana al evangelio, no a los modelos caducos romanos medievales y renacentistas.

Ya tenemos el modelo: Una Iglesia pobre, sencilla y servidora, cercana los seres humanos, Luz de las Gentes que escucha a Dios, celebra su fe y construye el mundo con alegría y esperanza siendo sensible a las penas y las tristezas. Es el que nos presentó el Concilio Vaticano II.

El final del Viacrucis es la resurrección, una nueva vida. Hemos sido caminantes y testigos del dolor. Lo seremos igualmente de la resurrección.

Tertuliasiglo21@aol.com