SEPTIEMBRE 11
Padre Tomás Del Valle-Reyes
11 de Septiembre, 2011
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“Recuerde el alma dormida,
Avive el seso y despierte
Contemplando cómo se pasa la vida
Como se viene la muerte,
Tan callando”
Han pasado diez años de aquella mañana tranquila de un martes de septiembre.
Muchos
volvían de sus vacaciones.
Otros iban a su rutina de trabajo en
el Centro Mundial del Comercio.
Y, repentinamente, todo cambió para siempre. Unos fanáticos, en
nombre de un Dios y de una Religión de Paz, nos metieron la guerra, el odio y la
destrucción en la casa, en el cuerpo, en el corazón y, lo que es peor, en el alma.
Se pasó de la sorpresa al rencor.
Quedamos anonadados por tanta barbarie, por tanto odio, por tanto sinsentido.
Nos tumbaron las Torres del Dinero y nos
destruyeron el Castillo de las Armas. Nos sentimos, en un momento dado,
desprotegidos, solos, abandonados.
Ya pasaron diez años de esa
tragedia y ya es hora de pensar con serenidad y calma lo que dicha
tragedia significó.
Aquellos hechos fatídicos ocurrieron en el noveno mes del nuevo milenio.
En el noveno mes del año 2001. Tal fuera como si la Humanidad hubiera estado preñada y, a
los nueve meses, nos brindara una vida nueva.
Cuando una mujer da a luz, la criatura sale llorando,
rasgando, embadurnada en sangre y todo es dolor y lágrimas para la madre y para
el bebé.
A partir de que bebé abre sus ojos al
mundo, se le cambia la vida a todos los que viven alrededor.
No es difícil pensar que el 11 de septiembre del 2001, hace 10 años,
fue el día del nacimiento del siglo XXI, el día
que cambiaron nuestras vidas para siempre.
El siglo XX lo llenamos de guerras, de odios, de destrucciones, de
divisiones, de holocaustos, de sangre, sudor y
lágrimas.
El Siglo XXI nació destruyendo los
símbolos del poder económico, del poder militar, de todo aquello que
caracterizó al siglo XX. Un bebé al nacer se siente
desvalido, solo, necesitado de cariño. Y si no lo
recibe, se convierte en un monstruo, en un ser sin sentido, egoísta, sin valor
alguno.
A lo largo de los últimos diez años eso es lo que nos ha dado el siglo
XXI: atentados en Madrid, en Londres, tierra arrasada y
vidas destrozadas en Irak y Afganistán, revueltas en Egipto, Túnez, Israel, Libia empapada
de sangre, economías y familias al borde del abismo y la desesperación por falta de
trabajo y de futuro.
Odio al emigrante y al que reza distinto, viste distinto, habla distinto.
El niño que dimos a luz hace ahora diez años tiene rostro y acciones
de monstruo.
Al recordar tanta calamidad y tanta tristeza viene a la mente el reto
que lanzara un presidente hace 50 años a la sociedad
americana, que no le preguntáramos al país qué hace por sus ciudadanos, sino qué
hacen los ciudadanos por su país.
Una nación que surgió al amparo de
Dios, al mismo al que cantamos que bendiga América, que es Amor, que es
lento a la ira y rico en piedad, tendríamos que rogarle que nos ayude a construir
un mundo mejor del que hemos recibido de nuestros mayores, ese mundo que hemos inundado
con la sangre de hombres y mujeres honestos en estos diez años. Entre tanta muerte, odio,
violencia y destrucción, ¿dónde está Dios?