LA GUERRA POR HACER EL AMOR
Padre Tomás Del Valle-Reyes
22 de Mayo, 2011
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¿Qué tienen en común Bill
Clinton,
Arnold
Schwarzenegger, Dominique Strauss-Kahn y ciertos curas acusados de
escándalo sexuales en los Estados Unidos? Todos ellos pertenecen a la
llamada Generación
Baby Boom.
Son aquellos ciudadanos nacidos pocos años después de concluir
la Segunda Guerra Mundial. Son los que, en la década de los 60 eran jóvenes adolescentes. Aquellos que, en sus primeros años de universidad, se dedicaron a cantar consignas revolucionarias, protestar, llevar el pelo largo, fumar marihuana, darse pases de LSD, emborracharse, hacer el amor en cualquier lugar y con cualquiera, correr delante de la policía.
Cantaban canciones de los Beatles,
Rolling Stones, Joan Báez, vestían ropa arrugada, pintaban flores por todos los
rincones, huían del baño, de la autoridad,
de cualquier compromiso. En plena guerra de Viet
Nam Peace era la
palabra siempre en sus bocas. De vez en cuando asistían a clase para
descansar.
Las consignas eran simples e
impactantes: ““Haz el
amor, no la guerra” "Seamos consecuentes, pidamos lo imposible” “El pueblo unido, jamás será vencido” Cuatro décadas después sufrimos los efectos colaterales de la resaca de aquellos babys boomers.
Clinton
llegó a ser presidente de los Estados Unidos.
Su mandato será recordado por sus aventuras sexuales con una estudiante en la Casa
Blanca. “Hagamos el amor,
no la guerra” gritó en su juventud. La guerra no la hizo, pero la fiebre
sexual no se le ha ido.
Schwarzenegger es, en el cine,
la personificación de la fuerza bruta, del robot de carne y hueso que no se inmuta por nada.
En sus películas nadie se le resiste. Vence siempre.
Acaba con todo y todos. Hizo
la guerra en el cine. El amor donde no debía. Su familia ha sufrido unos daños
colaterales que nunca debió provocar.
Dominique
Strauss-Kahn era estudiante en el París de los sesenta.
Bebió hasta emborracharse las consignas libertarias del
momento. Aprendió muy
bien a hacer el amor y la guerra. Lo primero con cuanta mujer se le pone
por delante, no sabiendo respetar espacios y personas. Lo segundo, manejando los dineros d
e todas las naciones.
Como Director del Fondo Monetario Internacional ha tenido
que combatir arduas
luchas para sacar al mundo de la crisis económica en que está sumido.
Habrá que recordarle que hay que hacer la guerra a la corrupción no el amor con quien
no debe, donde no debe y cuando le da la gana.
Los seminaristas de las décadas del sesenta y setenta no fueron insensibles a los
problemas de su mundo. La ola de libertad y libertinaje sexual inundó
conventos, seminarios y parroquias.
La formación dada fue deficiente en muchos
aspectos, uno de ellos el sexual. La educación hacia una madurez afectiva dejaba
mucho que desear.
Los obispos se encargaron más del aspecto académico y financiero que de la
supervisión, cercanía y apoyo espiritual a seminaristas y
sacerdotes.
Como consecuencia de la inmadurez se han cometido muchos abusos sexuales contra
miles de niños y adolescentes inocentes.
Para algunos de los clérigos
babyboomers no ha existido la palabra respeto.
Según un reciente informe elaborado
por John Jay College for
Criminal Justice
los obispos actuaron más como Ejecutivos de una Corporación protegiendo sus empleados que como
pastores sensibles al dolor y sufrimiento de las víctimas.
Sabiendo respetar podremos amar sin tener necesidad de acudir al abuso, el insulto, y
la humillación.