Armas de Destrucción Masiva
Padre Tomás Del Valle-Reyes
4 de Diciembre, 2011
Todavía muchos recordamos
la cantaleta que se nos dio a comienzos del siglo XXI con las famosas armas de destrucción masiva que
el régimen de Sadam Hussein poseía y
que estaba dispuesto a utilizar. Eran armas biológicas, las cuales al ser difundidas podrían
traer grandes epidemias de cólera, rabia, o vaya usted a saber qué enfermedad mortal.
Escenarios apocalípticos se nos pintaron y nos metieron el miedo en el cuerpo.
Se manipuló a toda la opinión pública para justificar lo injustificable, la invasión de un
país culto y oprimido.
En el Medio Oriente se dice “Egipto
escribe los libros, el Líbano los imprime, Irak los lee” Ese pueblo que
lee fue el que invadimos para acabar con el dictador de turno que lo esclavizaba y con una pila
de armas de destrucción masiva que nunca supimos si realmente
existían.
Andando los años hemos desarrollado otra pila de armas de destrucción
masiva. No son biológicas ni
nucleares. Son armas que han sido capaces de acabar con regímenes totalitarios
que esclavizaban a millones de personas en los países musulmanes del norte de África sin apenas
disparar un solo tiro.
Son armas que cuestan unos pocos dólares y que todo joven dispone de
ellas.
Están localizadas en los teléfonos celulares, y en las computadoras baratas muchas veces
remendadas y lentas, como la que me tocó utilizar en
una ocasión en Damasco desde un Internet Café para comunicarme con El Diario La
Prensa... Con esos simples instrumentos se puede acceder a las redes
sociales de comunicación, Facebook, Twitter, MySpace,
Sonico, Hi5, Linkedin y algunas otras más, las auténticas armas de destrucción masiva.
Con estas armas se han traspasado fronteras que, antes de su existencia, eran infranqueables. ¿Quién iba a pensar que el régimen totalitario y dictatorial que gobernaba Túnez iba a caer? Gracias a mensajes “texteados”, se pudieron movilizar millones de tunecinos y acabaron con una larga dictadura.
Todo comenzó el 17 de diciembre de 2010 cuando un joven universitario y vendedor ambulante
se quemó a lo bonzo para protestar por la acción de la policía quien le confiscara su puesto
callejero de venta de frutas, su única fuente de subsistencia condenándolo al paro y a la
miseria más absoluta.
Todo el país se enteró, pero no por la radio o la televisión, sino por los contactos en las
redes sociales.
Y cuando el Estado empezó a darse cuenta de que la noticia estaba siendo difundida por las
redes, trató de bloquearlas. Demasiado tarde.
Los teléfonos celulares no pudieron ser bloqueados.
El país se enteró. El país se levantó en protesta y, sin tiros, se hizo
la “Revolución de los Jazmines” Después
fue Egipto, donde el viejo coronel reconvertido en cuasi Faraón, cayó gracias a las mismas armas:
redes sociales y mensajes de texto.
Libia fue la siguiente, donde el paranoico de Gadafi prefirió
empapar su tierra con la sangre de sus ciudadanos antes de morir como una rata del
desierto.
Facebook fue un juego de estudiantes para comunicarse entre sí. Como Youtube.
Ahora son capaces de acabar con dictadores y crear espacios de esperanza para un mundo nuevo.
Son las auténticas armas de destrucción masiva, las que destruyen la ignorancia, la opresión y la falta
de libertad. Facebook, con 800 millones de socios, poco más del 10% de la población mundial, es el
arma más poderosa en este arsenal.