EN EL PRINCIPIO
Padre Tomás Del Valle-Reyes
15 de Marzo, 2009
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Podríamos llamarlo casualidad, o despropósito, o como queramos. Este año se conmemoran los doscientos años del nacimiento de Charles Darwin, los ciento cincuenta de la publicación de su obra "El origen de las especies" y el comienzo de una larga polémica que llega hasta nuestros días.
En esa línea de pensamiento y acción podríamos ubicar un poco la decisión del Presidente Obama de favorecer la investigación sobre células madre. Tanto sobre Darwin y su pensamiento como sobre las células embrionarias cabe decir aquello de que no hay peor mentira que media verdad.
Darwin, influenciado por Malthus y seguidor de corrientes científicas desligadas de los mitos y creencias religiosas, ve en las especies un hilo conductor y una evolución la cual hay que estudiar y seguir. Conoce la narración bíblica sobre la Creación que aparece en el libro del Génesis. Pero su rigor científico y su observación del mundo y de la naturaleza le llevan a otras conclusiones. La vida, la naturaleza toda, ha seguido una evolución. Su obra ha sido alabada y criticada hasta el día de hoy. Pronto se formaron dos bandos enemistados a muerte. Los seguidores de sus teorías, científicos, mentes abiertas. Los detractores y negadores de las mismas, fanáticos religiosos en su mayoría, que ven en el texto del Génesis algo eterno, inamovible, palabra de Dios. Pues bien, ni lo uno ni lo otro. O los dos a su vez.
Las investigaciones sobre la vida y sus orígenes desde Darwin han tenido grandes representantes, como el monje Mendel, el norteamericano Watson y su equipo que descifró la secuencia del ADN, que nos ha llevado a poder descifrar el genoma humano con todas sus consecuencias. Cada célula, con su carga genética es todo un mundo por desarrollar. Cada una tiene una capacidad para desarrollar realidades inimaginables. Se pretende por tanto llegar hasta las últimas consecuencias.
En este campo vuelven de nuevo a cruzarse las religiones y la ciencia. Ciertos sectores creyentes no desean que se investigue, que se busquen soluciones a muchos males. Para ellos la Biblia seria un libro escrito en piedra, intocable. Otros, sin embargo, están abiertos a todo tipo de investigación siempre y cuando se respeten ciertos parámetros y límites.
Uno de ellos es precisamente el respeto por la vida nacida y por la dignidad de la persona. Se puede investigar siempre y cuando se utilicen medios en los cuales ni haya que eliminar vidas ni se manipule a la persona.
El poder investigar sobre células madre, origen de la vida, puede servir igualmente para dos cosas. Una para encontrar soluciones a enfermedades hasta el momento incurables, lo cual es alentador y la Iglesia nunca se ha opuesto. La otra cosa es para poder hacer seres humanos a medida y gusto de ciertos intereses tanto políticos como económicos. Ya en el siglo XX se tuvo la triste experiencia de los experimentos nazis para lograr una raza superior. Las investigaciones de las células madres y su funcionamiento pueden ir por un doble camino, el de la salvación de vidas o el de la manipulación. Lo que nunca será aceptable es matar embriones para conseguir resultados. El fin no justifica los medios. El “serán como dioses” del libro del Génesis no se ha olvidado.