LA SOAH Y LA IGNORANCIA
Padre Tomás Del Valle-Reyes
15 de Febrero, 2009
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A finales de enero el mundo católico se vio conmocionado por una noticia que, para muchos, parecía increíble.
El Papa Benedicto XVI había levantado la excomunión que pesaba sobre un grupo de obispos seguidores del arzobispo rebelde e integrista Marcel Lefebvre. Era como si un grupúsculo de menos de doscientos mil católicos tuviera más razón y derecho que cerca de mil doscientos millones en todo el mundo. De la sorpresa se pasó al escepticismo y de ahí a la protesta y al rechazo.
Era de conocimiento público que este grupo, se distingue por el antisemitismo que pregonan, además de sus posturas contra el Islam, la homosexualidad y el protestantismo. El Concilio Vaticano II fue un gran fiasco para ellos y una traición. Marcel Lefebvre el fundador de la Sociedad Sacerdotal San Pío X rechazaba la libertad religiosa, la colegialidad de los obispos y el uso de las lenguas nacionales en la liturgia Llegó en su rebeldía, a rechazar los consejos y órdenes del Papa Juan Pablo II y consagró cuatro obispos que mantuvieran su grupo cismático.
Entre los consagrados estaba el inglés Richard Williamson quien afirmara en una entrevista a un canal de la televisión sueca: "Creo que no hubo cámaras de gas". Añadió que no más de 300.000 judíos perecieron en campos de concentración nazis, en lugar de los seis millones aceptados mayoritariamente por los historiadores.
De más está el decir que estas declaraciones molestaron no tan solo al pueblo judío, sino al propio Papa Benedicto XVI y a muchos líderes religiosos y sociales por el cinismo y la ignorancia que presentan.
Pero Williamson es un poco reflejo de una conciencia bastante extendida entre el mundo católico. A determinados grupos no les interesa saber del Holocausto no tan solo por ignorancia, sino también por un sentimiento de culpa oculto y rezagado en el fondo de sus conciencias.
El Holocausto, o la Solución Final, como lo definieran algunos líderes nazis, fue el final de un proceso que comenzó hace casi veinte siglos.
El antisemitismo cristiano comenzó durante el primer siglo de nuestra era con algunos de los padres de la iglesia, como Eusebio, Cirilo, Juan Crisóstomo, Agustín, Orígenes, Justino y Jerónimo, quienes publicaron folletos y panfletos históricamente llamados Adversus judaeos. Este veneno que provino de estos líderes espirituales fue inyectado a miles de congregantes iletrados e incultos quienes escucharon de estos maestros que los judíos mataron a Cristo, que eran los portadores de todas las enfermedades, que sus hijos eran del diablo, que estaban sedientos de sangre la cual bebían durante la Pascua y que eran igual de traidores que Judas Iscariote.
El papa Gelasio I (492-496 ) dijo: "En la Biblia, así como Judas fue llamado diablo, así también sus hijos, los judíos, son diablos también.”
A lo largo de la Historia la predicación estuvo salpicada por sentimientos antisemitas con demasiada frecuencia. Martín Lutero, el reformador, afirmaba: "Después del diablo, el cristiano tiene a otro enemigo igual de cruel y venenoso, al judío.” La Inquisición, la policía política rusa de los zares, los pogroms y tantas instituciones, llevaron a la destrucción sistemática de un pueblo y una religión.
Los creadores del moderno estado de Israel no quieren que tal Holocausto se olvide. Se sienten deudores de sus antecesores y desean señalar con el dedo todas las injusticias que se han cometido contra sus antepasados. Y no con sentimiento de venganza, sino de aviso y de toma de conciencia. Lo que ocurrió con el pueblo judío puede ocurrir con otro pueblo, como sucedió con el pueblo armenio, masacrado por los turcos, o los millones de africanos asesinados durante la presidencia de Bill Clinton en África. El pueblo judío no quiere que sus muertos sean olvidados. Como ninguna vida humana arrebatada por los fanatismos, nacionalismos y religiones. Recordemos y respetemos