LA PRIMAVERA NO HA MUERTO
Padre Tomás Del Valle-Reyes
01 de Febrero, 2009
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Hace 50 años un campesino del Piamonte italiano que había llegado a la máxima jerarquía de la Iglesia Católica, clausuraba la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos en la Basílica de San Pablo en Roma. En su discurso lanzó una idea revolucionaria: convocar una asamblea de todas las fuerzas vivas de la Iglesia para responder a los retos que la sociedad planteaba al Cristianismo desde el comienzo de la Revolución Francesa.
Los grupos conservadores dentro de la estructura de la Iglesia se pusieron a la defensiva. La Iglesia no debía cambiar. Quien debía cambiar era el mundo. Vivían en una torre de marfil y deseaban seguir viviendo en ella.
Entre el 11 de octubre de 1962 y el 8 de diciembre de 1965 se llevó a cabo este proceso de renovación. Fue, en palabras de muchos de los asistentes, un nuevo pentecostés, un tsunami en la Iglesia.
Juan XXIII, el campesino piamontés, no pudo ver concluida la Asamblea. Un cáncer mal atendido acabó con su vida antes de tiempo. Fue su sucesor quien no solo lo concluyera sino quien dirigiera su primera puesta en práctica. Fueron años de alegrías y esperanzas, penas y tristezas en la Iglesia.
Pero no todos estuvieron de acuerdo con tan asamblea conocida como Concilio Vaticano II. Hubo un grupo no muy grande, pero sí muy poderoso, que trató desde el primer momento de boicotear y anular todo.
Las fuerzas opositoras a esta renovación estuvieron dirigidas primero por el Cardenal Octaviani, quien dirigía el todopoderoso Santo Oficio. A él se unió un arzobispo francés quien contaba con una amplia experiencia pastoral tanto en Africa como en Francia. Marcel Lefebvre. Para hacer efectivo su rechazo al Vaticano II y a sus normas, creó la Fraternidad Sacerdotal San Pio X y establecieron sus cuarteles generales en la ciudad suiza de Econe. Desde allí se enfrentó abiertamente tanto a Pablo VI como a Juan Pablo II, de quienes afirmaba que eran usurpadores de la Cátedra de Pedro.
Viendo que no entraba en razones a pesar de las llamadas al orden por parte de los papas mencionados, se le amenazó con la excomunión, esto es, la expulsión de la comunidad católica. Lefebvre no sólo desoyó las llamadas a la disciplina y obediencia, sino que se atrevió a ordenar obispos como sus sucesores al frente de la Fraternidad. Con tan acto de desobediencia clara se apartó de la Comunión de la Iglesia y formó lo que se conoce en el mundo cristiano como un cisma, una separación. Juan Pablo II tuvo, muy a su pesar, que firmar en 1988 la excomunión de estos disidentes. Formaban una Iglesia Católica Cismática.
Lefebvre murió en 1991 negándose a todo diálogo y reconciliación. Su sucesor el francés Bernard Tissier de Mallerais, se mostró mucho más abierto a dialogar.
Producto de ello ha sido el levantamiento por parte de Roma de la excomunión que pesaba tanto sobre Bernard Tissier como Richard Williamson y Alfonso de Galaretta.
La polémica y la protesta no se han hecho esperar. Desde los sectores más abiertos y dialogantes de la Iglesia Católica se ha visto este levantamiento de excomuniones como un ceder al chantaje, al oscurantismo, al lado más triste de la reciente historia de la Iglesia. Un intento de matar el espíritu del Vaticano II.
Desde los sectores más conservadores, un canto de victoria. Desde el punto de vista de Benedicto XVI, un intento por rehacer el diálogo, rehacer la unidad rota de la Iglesia. Desde el punto de vista de los sectores mediáticos, una concesión al conservadurismo, al antisemitismo, al diálogo con el mundo. Williamson, uno de los admitidos a la comunión se ha destacado por sus críticas al Holocausto. Es cierto que es la opinión de uno solo de los cerca de cinco mil obispos que hay en la Iglesia Católica, pero la ignorancia hace más ruido.
A pesar de todo, somos muchos los que seguimos pensando que la Primavera que comenzara Juan XXIII aún no ha muerto