CELEBRANDO LA PASCUA
Padre Tomás Del Valle-Reyes
16 de Agosto, 2009
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En el antiguo Medio Oriente se creía que el número cuarenta marcaba el final de todo un proceso y de toda una generación. Tuvieron que transcurrir cuarenta días y cuarenta noches bajo agua para que apareciera un arco iris, un símbolo de diversidad y paz, al igual que otros cuarenta años hasta llegar a un espacio de libertad y sueño.
En estos meses extraños de un verano sin mucho calor, abundante en lluvias y tristezas por trabajos perdidos, economías inciertas, políticas extrañas, guerras sin fin y sin sentido, hemos asistido a celebraciones cuadragésimas. Nos ha venido a la mente una década prodigiosa, la de los sesenta.
En aquella década tuvimos profetas, villanos y soñadores. Fue la década en la que un viejo campesino italiano abrió las puertas y ventanas de la Iglesia Católica. Entró un vendaval que desempolvó la milenaria institución y la preparó para el futuro. Llenó de ilusión y esperanza a millones de personas. Su nombre era Giuseppe Roncalli. La historia lo recuerda como Juan XXI.
Fue la década en que un joven político, hijo de una rica familia irlandesa, trajo ilusión y deseos de cambios a la sociedad americana. El "no preguntes lo que tu país puede hacer por ti, sino lo que tú puedes hacer por él" sigue teniendo validez. Fue la década en la cual estuvimos al borde de una hecatombe nuclear debido a unos misiles instalados a pocas millas de La Florida. Pero tres hombres audaces, Roncalli, Kennedy y Kruschev cambiaron el rumbo de la Historia y evitaron un holocausto nuclear. Fue la década en la que llegamos a la Luna.
Fue la década también en la que empapamos toda nuestra América con sangre de líderes y soñadores. Los hermanos Kennedy, el Reverendo Martin Luther King, Ernesto Che Guevara, los estudiantes en la Plaza de Tlatelolco, los campesinos y ciudadanos anónimos víctimas de doctrinas de seguridades nacionales. Fue la década en la que lo mejor de la sociedad norteamericana empapó con su sangre las junglas del Sudeste Asiático. Cuarenta años después esas muertes siguen sin tener sentido.
Fue la década también de las protestas estudiantiles. Aquellos hijos de la sociedad renacida de las cenizas de un mundo arrasado por la guerra, se volvieron exigentes. Organizaron huelgas. Gritaron cambios.
Alteraron el mundo. Mayo del 68 ha pasado a la historia como el año decisivo de dicha década. Entre los que tiraban piedras, quemaban gomas de auto, fumaban marihuana, se emborraban con vino barato, hacían el amor en cualquier lugar propicio, arreglaban el mundo con sus teorías descabelladas, figuraban norteamericanos con apellido Clinton, ingleses con apellido Maior, alemanes apellidados Schroeder, franceses conocidos como Sarkozy. Eran de los jóvenes melenudos que gritaban: "Seamos consecuentes, pidamos lo imposible".
Fue la década en la que cuatro músicos procedentes de un mundo marginal de Liverpool marcaron con su ritmo y su música el mundo. Y fue un día el 15 de agosto de 1969 en que todos esos locos, marihuaneros, pacifistas, soñadores se juntaron durante tres días para hacer el amor, cantar a la paz, soñar con un mundo nuevo. Eso fue hace cuarenta años en Woodstock. ¿Dónde están los soñadores, los villanos, los profetas, los cantantes, los poetas de los próximos cuarenta años? Los necesitamos.