Padre Tomás Del Valle-Reyes

SIMPLEMENTE UN HOMBRE BUENO




Padre Tomás Del Valle-Reyes

11 de Noviembre, 2007



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Recuerdo de mis años de infancia a unos payasos y charlatanes ambulantes que, de vez en cuando, aparecían por nuestro barrio. A la luz de estrellas y lámparas de carburo nos contaban historias inverosímiles. Nos entreteníamos y olvidábamos un poco las miserias, carencias y hambres de la vida diaria. Eran un poco los que nos sacaban de la monotonía de una postguerra y de un futuro incierto.

Según he ido creciendo y he ido recorriendo los polvorientos caminos del mundo, me he dado cuenta que esos payasos, esos charlatanes, esos inventores de historias siguen existiendo. De niños nos juntábamos en la explanada del barrio para, extasiados, escuchar. Hoy nos sentamos en cualquier rincón de nuestra casa, en cualquier banco de la calle, en cualquier asiento del tren o del bus. Los periódicos, canales o emisoras de radio son los payasos y charlatanes que nos hacen soñar, volar, vivir fantasías. Nos hacen salir de nuestra monotonía, nos hacen olvidar la vida, muchas veces triste mediocre y solitaria, que trascurre a nuestro alrededor. Hablamos y discutimos de los muertos en Irak. De los huracanes del Caribe. De los juegos de pelota o de los campeonatos de futbol. Cualquier cosa sirve para olvidar la sordidez de cada día que nos rodea.

Hoy quiero olvidar todas esas historias que muchas veces contamos en los periódicos o narramos en la radio.

Quiero hablar de un hombre bueno conocido en algunos de nuestros barrios. Ha vivido varias décadas en la ciudad de Nueva York. En silencio ha trabajado en nuestras comunidades. Desde Tompkin Square en el Lower East Side hasta el Alto Manhattan pasando por el Bronx. Educó en los valores humanos a generaciones de hispanos recién llegados a esta ciudad. Les enseñó a ahorrar creando pequeñas Cooperativas de Ahorro y Préstamo. Piqueteó e hizo vigilias para que muchos edificios no fueran destruidos y lograran rehabilitarse para nuestra gente. Les recordó que la vida es demasiado breve como para estar enojados unos con otros. Sostuvo muchas familias recordándonos que el núcleo de nuestra sociedad es precisamente la familia.

Emigrante que sufrió en propia carne la discriminación. Hombre libre que vivió y enseñó libertad. Me estoy refiriendo al P Carlos López Acosta. Un sacerdote católico a quien hace unas semanas, en medio del vértigo de esta ciudad, le rompieron la cabeza, pero no le han matado sus ganas de vivir. De ocho a diez meses se necesitarán para que vuelva a ser el mismo. Y, conociendo lo cabezota y tozudo que siempre ha sido, no me cabe la menor duda que lo conseguirá. Aprendió a sobrevivir en las llanuras de su nativo Uruguay y eso le ha enseñado a sobrevivir en la selva de New York.

He querido traer a colación esta simple historia de nuestra ciudad por una sencilla razón. Quiero honrar y recordar no tan solo a un hombre bueno quien ha entregado su vida por nuestra comunidad, sino a tantos ciudadanos anónimos que, como Carlos, luchan calladamente en nuestras comunidades. Van haciendo posible que nuestro mundo sea cada día un poco mejor. Los ignoramos, a veces los discriminamos. Pero gracias a ellos vivimos un mundo mejor del que hemos recibido de nuestros mayores. Nuestra comunidad la hacemos grande o la destruimos nosotros mismos.
Busquemos los Carlos que hay a nuestro alrededor.