Malaquías: El de las Profecías
Padre Tomás Del Valle-Reyes
22 de Julio, 2007
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Reflexionando sobre lo ocurrido en estos días en la Arquidiócesis de Los Ángeles me acordé de las profecías de Malaquías. Aquel fraile irlandés que en el siglo XII, después de una visita a Roma, escribió una serie de profecías o de "lemas" para cada uno de los papas hasta el fin del mundo.
Cuando falleció Juan Pablo II se comentaban con cierto escepticismo y curiosidad entre los periodistas que invadimos Roma esos días dichas profecías. Según Malaquías tan solo quedaban dos papas en su lista para que la Iglesia se acabara. El último pontífice en ocupar la Sede de Roma lo será Pedro Romano: En la persecución final de la Santa Iglesia Romana reinará Petrus Romanus (Pedro el Romano), quien alimentará a su grey en medio de muchas tribulaciones. Después de esto la ciudad de las siete colinas será destruida y el temido juez juzgará a su pueblo. El Fin."
Es obvio que la Iglesia oficial nunca le ha dado mayor importancia a esta profecía. Pero, ¿no tendrá algo de verdad? ¿No estará refiriéndose Malaquías al fin de un modelo de Iglesia que no sirve, un modelo de Iglesia apartada del Evangelio, un modelo de Iglesia-Poder, un modelo de Iglesia-Bussiness, un modelo de Iglesia-Custodia de las Leyes, un modelo de Iglesia apartada de la realidad del emigrante, del pobre, e incluso del intelectual, de una Iglesia-Avestruz, que prefiere encerrarse antes de enfrentarse con la realidad?.
Tanto los escritos del nuevo testamento como la enseñanza de los concilios y de los grandes pensadores de la Iglesia, nos presentan un modelo de Iglesia como comunidad abierta, sencilla, cercana al pueblo, en diálogo con el mundo. El Concilio Vaticano II nos define la Iglesia como signo e instrumento de la unión íntima con Dios y con todo el género humano, una comunidad, luz de las gentes, donde nada humano le debe ser ajeno. Según esto, cuando asistimos al espectáculo mediático montado en la Arquidiócesis de Los Ángeles, nos preguntamos qué modelo de Iglesia hemos fabricado. Ante el dolor, la destrucción humana, la violación de tantos seres humanos por parte de eclesiásticos a lo largo de los últimos setenta años no podemos menos que preguntarnos qué modelo de Iglesia vivimos y hemos construido.
Si bien es cierto que la Iglesia es una comunidad de creyentes que viven en el mundo y se adaptan a él, y en los Estados Unidos para sobrevivir tuvieron que adaptarse al sistema de Corporaciones, ello no justifica que las Arquidiócesis, Diócesis, Parroquias, Escuelas y demás centros dirigidos por la Iglesia, deban regirse por las normas de las compañías de seguros y por los consejos de abogados no siempre escrupulosos. ¿Dónde queda el evangelio? ¿Dónde queda la preocupación por el que peca y por la víctima del pecado? ¿Dónde queda el bien de las almas? ¿Somos comunidad de creyentes, débiles y con nuestras miserias o somos accionistas de una corporación multinacional? ¿Dónde están los pastores que se preocupan con especial caridad por sus sacerdotes, que se muestran solícitos con todas las personas de cualquier edad, condición o nación que viven en sus diócesis, como nos recuerda el Vaticano II?.
Esperemos que cuando Pedro Romano dirija la Iglesia podamos decir que construimos una comunidad que comparte alegrías y esperanzas, penas y tristezas, una comunidad donde nada humano le es ajeno, una comunidad luz de las gentes.