De Caballadas Va La Cosa
Padre Tomás Del Valle-Reyes
11 de Febrero, 2007
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Podría comenzar esta columna con aquellos versos del poeta castellano “Mi infancia son recuerdos” pero no de un patio de Sevilla, sino de unos caballos presentes en muchos lugares. En los desfiles cuando el general Franco pasaba cerca de casa camino de actos oficiales en el Palacio de Oriente en Madrid. En las cargas de la policía contra los estudiantes en la Ciudad Universitaria, cercana a la casa de mis abuelos. En los alrededores de los campos de fútbol cuando se celebraban los encuentros. También los veía, pero en este caso famélicos, y con cara de aburridos, en el Rastro, castizo mercado de pulgas madrileño, acompañando a gitanos y vagabundos. Para un niño de ciudad el caballo estaba asociado a eso, a las fuerzas de orden público, a los gitanos, a los libros de historia, y, un poco más alegremente, a las películas de indios y vaqueros. Aquellos audaces y legendarios cowboys que siempre iban con una pistola al cinto, un tabaco en la boca, una ronca voz, un caballo dócil galopando unidos por las llanuras en su eterna marcha al oeste o entre ingente cantidad de cabezas de ganado.
Según iba avanzando en mi educación iba viendo el papel tan importante que ha desempeñado este animal en la formación y el progreso de la cultura euroasiática. Las legiones romanas al igual que las hordas bárbaras tenían en los caballos su más poderosa arma. Eran los blindados de aquellas guerras. Los árabes en su afán expansivo contaron con hermosos equinos para ir avanzando en sus conquistas. El caballo era parte importante en la vida del guerrero e incluso del monje guerrero, como vemos en el caso de los Templarios.
Nuestro mundo actual ha prescindido de estas nobles bestias. Nos queda tan solo su recuerdo cuando queremos indicar la potencia de un motor, lo hacemos indicando cuántos caballos de poder tiene. Para lo demás los hemos circunscrito al ámbito coloquial y al deportivo de alta sociedad. Cuando una persona dice un disparate no dudamos en indicar cuán grande es la caballada dicha. Aún recuerdo aquel gobernador de Puerto Rico al que se le denominaba el Caballo. Eso sí, se ha convertido el caballo en un gran negocio, el de las apuestas y carreras. Miles de millones se mueven por entre las patas de estos animales. Los hemos dejado como fábrica de dinero.
Estos días hemos recibido la noticia de que un famoso caballo ha sido sacrificado. Los principales periódicos de la ciudad han sacado no solo en portada la historia pormenorizada de este animal con el cual se hicieron archimillonarios sus dueños. Hasta un editorial le dedicó el New York Times a esta fábrica de dinero de cuatro patas. Mientras tanto, nuestros ancianos se pudren en sus apartamentos viviendo sin calefacción e infectados de ratas sus edificios. Pero no son caballos. Nuestros niños tienen que hacer cincuenta maromas para poder llegar a la Escuela debido a los recortes presupuestarios en los gastos escolares. Pero no son caballos. Nuestros enfermos de SIDA a duras penas pueden sobrevivir en este crudo invierno compartiendo medicinas para llegar a mañana. Pero no son caballos. Ni ancianos ni niños ni enfermos de sida merecen unas líneas en los periódicos. Los caballos muertos, hasta editoriales. Ni hablan ni exigen y producen dinero. Será cuestión quizás de llenar de caballos escuelas, edificios y hospitales.