Juan Pablo II Dos Años Despues
Padre Tomás Del Valle-Reyes
1 de Abril, 2007
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Si no fuera un tanto irrespetuoso podría titular esta columna “El mayor espectáculo del mundo” ya que ese es el recuerdo que tengo de la muerte y funerales de Juan Pablo II hace ahora dos años.
Un 2 de abril me encontraba en Roma esperando el fallecimiento del Papa. Con él desaparecía un gran actor de teatro que llegó a ocupar la Sede de Pedro y guió a la Iglesia Católica en los últimos años del convulso siglo XX y la introdujo en el nuevo milenio del Cristianismo.
Juan Pablo II ,junto con el ayatola Jomeini y el Presidente Reagan ,fue el último sobreviviente de la troika de líderes mundiales que acabaron con el mundo nacido de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial e iniciaron el proceso de entrada en el nuevo milenio de la historia.
Jomeini fue el motor de la revolución integrista en Irán, la cual ha servido de modelo a todos los integrismos presentes en el mundo musulmán con consecuencias impredecibles. Reagan ,con su ola de conservadurismo y vuelta a valores cristianos fundamentalistas, fue el precursor de la era Bush la cual estamos viviendo. Y Juan Pablo fue el cerebro detrás del Movimiento Solidaridad que acabó con el comunismo en Polonia y, como efecto dominó, en todo el mundo bajo la influencia de Moscú. De tres, dos eran hombres provenientes del espectáculo, la imagen, la pantalla, el escenario.
Juan Pablo II le dio una impronta de seguridad a la Iglesia y a la sociedad cuyas consecuencias últimas todavía estamos por ver. Venía de un mundo que, a lo largo de los últimos doscientos años, ha visto sus fronteras violadas y cambiadas por las potencias cercanas: Rusia, Alemania, Ucrania. Su suelo empapado de sangre de patriotas, judíos e intelectuales. Por eso no es de extrañar su seguridad ante lo que está convencido: el valor de su fe y el valor de la dignidad del ser humano, las cosas por las cuales luchó toda su vida y su pontificado.
Karol Woitjila fue un hombre que vio en la literatura y en el arte la mejor forma de oponerse a las fuerzas de ocupación de su país. Y ese substrato teatral y literario le acompañará toda la vida. Cuando los cardenales lo encerraron en las estrechas y provincianas paredes del Vaticano, se asfixiaba. No era un hombre de despachos y largas reuniones. Y volvió a lo que dio sentido a su vida: a predicar a Cristo Resucitado y a predicar la defensa y el valor de la vida y la dignidad del ser humano. Pero ahora contaba con un escenario de alcance universal. Y toda su vida como Papa fue un actuar en ese escenario universal. Por eso no es de extrañar que su muerte y funerales fueran el gran espectáculo del mundo. Estábamos los comunicadores de todo el mundo dando el último homenaje no al Papa Rey sino al Papa Comunicador, al Papa Actor . Al que quiso ser la voz de los sin voz. Al que fue la voz contra la violencia y que tanto molestó a los señores de la guerra, quienes tuvieron que rendirse a su voz en pro de la paz. Fue hace dos años cuando asistimos al mayor espectáculo del mundo. Su última representación fue magistral. Aún se sigue comentando.