Halloween de Nuevo
Padre Tomás Del Valle-Reyes
17 de Octubre, 2006
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Tempus fugit (el tiempo corre) así solía aparecer escrito en los viejos relojes. De nuevo nos encontramos ante las celebraciones del año nuevo de los pueblos celtas y germánicos que habitaron y dejaron su substrato cultural en la vieja Europa y que, al pasar a nuestra América nos trajeron con ellos.
Los pueblos mediterráneos van a establecer sus fiestas en torno al Sol y a la Luna. Igualmente en torno a los productos que nacen y crecen en abundancia gracias a la presencia y el calor benefactor de estos astros. En torno a ellos la fiesta, la alegría, la añoranza.
Los pueblos del Norte de Europa y de las Islas Británicas celebraban dos grandes fiestas en el año: el Primero de Mayo o Fiesta de Beltane y el Inicio del Año o Fiesta de All Hallow e´en No debemos perder la perspectiva de que estos pueblos eran eminentemente nómadas y pastores, por tanto tenían que celebrar sus festividades cuando había abundancia de pastos para sus ganados (Primeros días de Mayo) Al acabarse los mismos debían recogerse, ya que el frío, la carencia de lugares para pastar, la escasez de luz diurna, no permitían la vida al aire libre.
Para celebrar el comienzo del año, el comienzo de la vida, se invocaba a todos los que habían partido, cuyas almas deambulaban por los bosques , los campos y las montañas. En honor de estos difuntos se celebraban banquetes, a los cuales se les invitaba a participar.
Los Celtas, bajo la poderosa influencia de los Druidas, la víspera del 1 de Noviembre, día del comienzo del año nuevo, tenían una gran celebración en honor de Samhain, el Señor de la Muerte. Esta fiesta introducía en el Invierno, la época del frío, la oscuridad, la muerte y el silencio de la naturaleza. Este era el tiempo que simbolizaba el Misterio de la Muerte Humana. Los Celtas tenían la creencia de que en la noche de la víspera del Año Nuevo, Samhain transportaba el alma de los muertos a la casa que habían tenido en la Tierra cuando vivían. Las almas pecadoras que habían muerto durante el año, las cuales se encontraban penando dentro de animales o de bosques, podían liberarse de sus ataduras y volar al cielo si, durante esa noche, se ofrecían regalos y sacrificios en su honor. No se descartaban los sacrificios humanos, especialmente de los delincuentes y criminales. Los Romanos, al ocupar los territorios Celtas prohibieron tan tipo de idolatrías y sacrificios. Los Druidas, esto es los sacerdotes de la religión de los pueblos celtas, encendían grandes hogueras en la festividad del Año Nuevo, el 1 de Noviembre, llevando cada familia el fuego a su hogar, con lo cual se espantaban los espíritus y se rejuvenecía al sol.
La tradición de los engaños y de los regalos reside en la creencia de que esa noche los diablos, las brujas y sus seguidores andan sueltos dando vueltas por los bosques buscando a quien molestar. Para evitarlos se inventan diversas formas de engaños, o se viste uno como ellos para confundirlos. Otra de las tradiciones propias de esta noche es invitar a comer a los fantasmas para que estén contentos y no molesten. Cuando el cristianismo llega a predicarse y extenderse entre estos pueblos celtas, los primeros evangelizadores asumieron muchas de estas tradiciones y leyendas incorporándolas a la Festividad de Todos los Fieles Difuntos.
Estas festividades quedaron prácticamente circunscritas a pequeñas aldeas irlandesas y escocesas. Cuando Irlanda se vio asolada por la Gran Hambre en el siglo XIX comienza una emigración masiva a los Estados Unidos, trayendo con ellos sus costumbres, entre las que se coló All Hallowa Eve. Uno de los rituales propios de esta fiesta era alumbrar y guiar a los espíritus con una vela dentro de una papa. En territorio americano se cambia la papa por la calabaza, más grande y da mayor luz.
Esta fiesta ha perdido su espíritu sagrado y mágico, quedando en una mera fiesta de niños. La comercialización y el desenfreno sexual han degenerado la fiesta.
Celebrar Halloween debe de llevarnos a recordar nuestros difuntos y la realidad de la hermana muerte, como la llamaba San Francisco. Pero no olvidemos que somos seres para morir, pero también para resucitar.