Padre Tomás Del Valle-Reyes


Padre Tomás Del Valle-Reyes

12 May, 2006



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Recuerdo de mi infancia que todos los años venia al barrio donde vivíamos un gran circo. Las dos semanas que solía durar la presencia de payasos y saltimbanquis eran días de alegría. Siempre buscábamos la manera de entrar a una sesión o de visitar el pequeño parque zoológico que lo acompañaba.

A todos los menores nos impresionaba un gigantesco elefante. Sus actuaciones en la arena eran fabulosas. Era capaz de levantar no solamente personas y pesado árboles, sino una casa entera prefabricada preparada en el escenario. Con su parsimonia y fealdad se ganó el cariño, el aprecio y el miedo de todos nosotros.

En una ocasión pude entrar en la trastienda del circo. Allí contemplé atónito al elefante. Quieto, silencioso, estaba sentado y sujeto por una gruesa cadena que aprisionaba una de sus patas. Esta cadena a su vez estaba clavada a una minúscula estaca de madera hundida en el suelo. Y en mi corta inteligencia me di cuenta que si este animal era capaz de levantar un árbol, una casa, una persona, ciertamente aquella cadena amarrada por un pedacito de madera de escasas pulgadas de longitud no debería ser un obstáculo para su libertad. Para mí aquello era un misterio. ¿Por qué no arrancaba esa estaca y salía libre del circo? Si está amaestrado no va a huir. Aunque pregunté, nadie supo darme una explicación coherente. De adulto comprendí aquella historia. Un viejo profesor me contó que, probablemente, aquel elefante no escapaba porque había estado amarrado a una cadena parecida desde su infancia. Recordaba que quiso escapar de bebé pero estaba amarrado y no podía. Se le quedó el recuerdo y actuaba “de memoria.”

Al recordar los eventos del primero de mayo y los eventos pro emigrantes llevados a cabo a lo largo y ancho del país en las pasadas semanas, no puedo menos que acordarme del elefante de mi infancia. La población emigrante en este país es el gran elefante, poderoso, fuerte, capaz de mover la economía y cambiar la vida. Pero al igual que aquel gigantesco paquidermo, estamos amaestrados y condicionados por una serie de lemas, frases y conceptos. Aquel elefante no se escapaba porque creía que no podía. Tenía registrada en su memoria la impotencia de unos primeros esfuerzos y no volvió a intentarlo. A los emigrantes nos ha pasado un poco lo mismo. Tenemos registrada en nuestra memoria que somos ciudadanos de segunda categoría, que nos conformamos con trabajos que nadie quiere, que sin nosotros la agricultura no funcionaría, que si vamos a la huelga los patronos se van a molestar y nos expulsan de nuestros trabajos muchas veces mal pagados, que si seguimos jorobando las leyes que están por aprobarse van a ser más restrictivas, que si nos ven en las marchas o no asistimos a nuestro puesto laboral, la “Migra” (Home Land and Security se dice ahora) nos va a buscar y deportar. Y nos hemos quedado callados, quietos, de rodillas, “ñangotaos”. Aquel elefante se murió con aquel recuerdo. Nosotros no podemos morirnos así. Necesitamos un alguien, un entrenador, un líder, una figura que nos saque del estado hipnótico en que estamos para levantarnos, levantar el país que nos acoge y vivir con libertad y dignidad. Pero ¿dónde están esos líderes que nos despierten y quíen, quienes son?