Enefermedades Con Etiquetas
Padre Tomás Del Valle-Reyes
11 de Junio, 2006
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Uno no sabe si el género humano es cínico, cruel o ignorante. O las tres cosas. Me refiero a esto cuando observo cómo se han etiquetado a lo largo de la historia las enfermedades. Y si eso era comprensible en el pasado, sumido en grandes ignorancias en torno al mundo y la existencia de virus, bacterias y demás fauna, no es aceptable ni comprensible en la sociedad actual.
Desde tiempos inmemoriales se le puso la etiqueta a la lepra como una enfermedad que manifestaba externamente el pecado del enfermo. Se habían trasgredido las reglas de comportamiento de determinada religión y esa divinidad castigaba con una enfermedad aparatosa, deformante. La podredumbre de la piel era símbolo de la podredumbre del alma. No fue hasta el siglo XIX que se vino a descubrir los orígenes de esta enfermedad y la simpleza de su curación. Nada de pecados o maldiciones divinas. Pero esa costumbre de etiquetar a enfermos y enfermedades sigue siendo actual. Por ejemplo, cuando conocemos que una persona padece de cirrosis hepática lo primero que nos viene a la mente es lo borrachón que ha sido tal persona.. Y enseguida afirmamos con contundencia: ése, un borrachón empedernido que hasta el agua de los floreros se bebía. Todo lo que se ha bebido o metido en el cuerpo no ha sido otra cosa que un golpe al hígado No podía acabar de otra manera que con un hígado destrozado. Quizás se contagió con una transfusión de sangre, o con la comida de un marisco contaminado, o debido a medicinas mal recetadas. No, es un borrachón y punto.
Son los pulmones los ventiladores del cuerpo humano, y de vez en cuando conocemos enfermos de enfisema o de cáncer pulmonar. Lo mismo de siempre: fumador empedernido que desde la mañana a la noche se pasaba echando humo como chimenea de locomotora. Le está bien empleado por no hacer caso. Tanto fumeteo no podía terminar de otra manera. Y quizás ese pobre ser humano nunca encendió un cigarrillo en su vida. El humo de segunda mano, la contaminación ambiental y los asbestos que abundan en nuestros hogares y lugares de trabajo hicieron su efecto. Pero es más fácil etiquetar como vicioso.
Donde se rompieron los moldes, o en argot beisbolero, donde se botó la bola es cuando tenemos un enfermo de Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida, o más conocido por sus siglas: sida, aids, hiv positivo. Cuando sabemos que una persona a nuestro alrededor padece de esta enfermedad, las etiquetas que le ponemos no tienen fin. Empezamos pensando que esa persona es un degenerado sexual, un heroinómano, homosexual descontrolado y vicioso, un afroamericano o un hispano dropeado de la escuela e inquilino de los residenciales públicos que se pasa el día y parte de la noche “gangueando” sin control alguno y que se mete hasta la madre de los tomates. Es en esta enfermedad donde demostramos nuestra ignorancia, desprecio hacia el ser humano y nuestros prejuicios más bajos. Olvidamos que debajo de esas etiquetas hay seres humanos dignos del mayor respeto, como todos los enfermos, al igual que familias que sufren y viven con ellos. Nunca juzgamos a quien tiene una gripe, una indigestión o un cáncer de seno. A los otros, sí. ¿Seremos ignorantes, cínicos, crueles? Creo que de todo un poco.